Dante: conciencia y voz del mundo popular. Hacia la revelación de un imaginario místico

Dante: conciencia y voz del mundo popular. Hacia la revelación de un imaginario místico

Por Luisa Ocaranza

Aunque han pasado 700 años de la muerte de Dante Alighieri, su obra nos sigue conmoviendo, en especial la Divina Comedia, ya que siempre nos conduce por sendas de inusitada belleza y asombro plenos. Durante el 2021, he dado muchas conferencias sobre Dante y su labor artística. Y tras muchos encuentros y diálogos surgió este texto sobre el Paraíso, que elegí para inaugurar nuestro Observatorio. Sí, pues el poeta nos conduce por un nuevo mundo, pero también no enseña a contemplarlo. Y eso es para mí este observatorio: una atalaya, un faro desde la cual observar e iluminar los caminos hacia la Belleza.

Dante Alighieri, protagonista y actante en la Divina Comedia, es un ser en búsqueda. Es un ser inquieto ante un mundo que se transforma y que en dicha transformación parece derrumbarse y autoaniquilarse o, al menos, así lo deja entrever el poeta en relación con su amada y nunca recuperada Florencia o frente a una Roma, supuesto bastión de la cristiandad, empeñada en luchas demasiado partidistas durante esos años. El reconocimiento de la selva oscura en la que dice habitar, lo lleva a inquirir, a reflexionar y a preguntarse entre otras realidades por la trascendencia y su sentido. Ya no se trata solo de la fama y sus logros o de la Vida Eterna como un bien genérico, sino de aquello que acontece más allá de las fronteras del conocimiento racional y que ha sido dictaminado a través de medidas y conceptualizaciones académicas por círculos universitarios o teológicos a través de diversas manifestaciones como las Bulas y los Concilios, entre otros.

El poeta es un estudioso, de eso no hay lugar a dudas, pero también es un hombre de su época y como tal responde a un imaginario conformado por la tradición, extendido entre la gente por medio de sermones, representaciones artísticas e incluso escuelas catequéticas. Dicho imaginario es altamente visual y ha sido resguardado tanto por las autoridades como por el pueblo, ya que se trata de un medio didáctico y, al mismo tiempo, de una rica fuente de conocimiento simbólico. Dante no sólo rescata este imaginario, sino que lo redimensiona a través de sus propuestas, pues no solo cruza la frontera de lo conocido hacia un mundo ultraterreno, sino que transforma su inquietud en un viaje escatológico y espiritual, en el que el alma va en pos de la perfección. El periplo dantesco será entonces un itinerario basado en las diversas experiencias que un alma tiene mientras realiza un viaje ascensional, que lo conduce desde el pecado hacia la beatitud celeste. Es decir, una escalada mística, tal como la que han vivenciado y explicitado algunos reconocidos santos como Francisco o Clara de Asís, por mencionar a dos místicos cuya doctrina conocía. Pero, además, un periplo basado en un imaginario espacial y lumínico, que evidencia el sentido ascensional que marca el recorrido desde el Infierno hasta el Paraíso.

Es evidente, por tanto, que la Divina Comedia está construida de acuerdo con la tríada de la experiencia mística: LUZ, CONOCIMIENTO Y AMOR. Desde la negación por ausencia de estas realidades en el Infierno hasta su plena concreción en el Paraíso. Entonces, Dante el explorador y vividor (en términos de experimentar una vivencia) se transformará en un mediador cultural, o mejor, espiritual. Ya que a través de la tradición imaginal de su tiempo intentará hacer Visible lo Invisible, especialmente a través de los códigos iconográficos referidos a la luz que, si bien se presentan en todo el poema, predominan en el Paraíso y en la última etapa de dicho camino espiritual que es la Unión con la divinidad.

El Paraíso para el poeta es “(…) un seguro y deleitoso reino,/ lleno de antiguas y de nuevas gentes” (XXXI, 25-26), pleno de amor, donde predomina el estado de incorruptibilidad. Desde esta mirada, aire, viento y luz primordiales darán cuenta de lo Divino como expresión de amor comunicable y perceptible. Por ello, lo primero que percibirá el poeta al entrar en este territorio será el viento, el “aura dolce”, como claro anuncio del espíritu que allí predomina. Viento que es espíritu, soplo divino sostenedor y creador. Luego, otro símbolo arquetípico entrará en nuestro campo visual: el agua. Agua vida, agua bebida, agua de purificación. Múltiples serán los elementos alegóricos unidos a esta imagen y Dante nos remitirá continuamente al espacio edénico inicial mediante reminiscencias que culminan en Eunoé, río de su invención. Mas, el principal eje de lo simbólico será la luz, que aquí no remitirá únicamente a la armonía, a la belleza, sino también al conocimiento y a la perfección que la adquisición de este trasunta. Se trata de «Illuminare» o ‘inluminare’, esto es, introducir la luz dentro mediante un principio que inflama el sentido interior, lo ilumina, y deja encendidos los ojos del corazón, la razón y la inteligencia.
Al inicio del canto Beatriz informa a Dante de que han sido elevados al séptimo esplendor, el séptimo cielo, correspondiente a Saturno. Es el cielo de los contemplativos. A partir de este instante, Dante no «mira hacia», sino que «mira dentro». Por indicación de Beatriz cambia su focalización:

Fija tu mente en pos de tu mirada,
y haz de aquélla un espejo a la figura
que te ha de aparecer en este espejo. (16-18)

Es el anuncio claro de que la percepción física, mediante los ojos corporales, ha de ser superada a través de la visión con los ojos interiores. Esa nueva forma de mirar supone un acceso al conocimiento que se abre a la experiencia visionaria, donde la mirada interior se potencia por medio del surgimiento y develación de multiplicidad de imágenes que intentarán dar cuenta de una realidad en la que el místico, en este caso el escritor, se convierte en instrumento de lo Divino. Lo esencial estará entonces en captar el instante de encuentro entre el mundo exterior y el interior en esta tierra intermedia de la imaginación para hacer legible lo que esta nueva visión denominada “Abierta” ha revelado. El proceso supone la lenta desocultación de Dios. Y este proceso de la visión abierta y sus posibles consecuencias en relación con el conocimiento lo que el poeta relata a partir del Canto XXVIII.

Dante y Beatriz se encuentran en el Primum Mobile y desde allí observan el Empíreo, que es el lugar donde Dios habita. Lo que ven es lo siguiente:

16 Y un punto distinguí que proyectaba
una luz tan aguda, que no hay ojo
18 que abierto pueda resistir su rayo; (…)
junto a aquel punto un círculo de fuego
giraba tan veloz, que vencería
27 al torbellino que rodea el mundo;
y este círculo estaba rodeado
por un tercero, y éste por el cuarto,
30 después venía el quinto y luego el sexto.
Después estaba el séptimo, tan vasto
que ni el arco de Iris, mensajera
de Juno lograría contenerlo.

Se trata de la visión de Dios. El poeta, ya poseedor de una visión abierta desarrollada parcialmente puede ver lo que los místicos han anunciado y que la Iglesia ha discutido: el rostro del Creador, dentro de los nueve círculos que sabremos están conformados según las jerarquías angélicas. El punto de luz de mayor irradiación, luz plena, denotará la presencia de Dios aquí y ahora.

Por tanto, como en el proceso místico, Dante recibirá el particular don de tener visiones físicas, que incluso estarán dotadas de movimiento y color. Esta Visio Dei sella fuertemente la relación del místico con lo Inefable, pues tras el esfuerzo ascético, la Gracia comienza a operar a manera de Dones, que suponen un alma no sólo comprometida, sino transformada en la senda de la perfección. Dante, el hombre In Via, el Homo Viator, se acerca al final del camino, a la patria perdida que ya no es Florencia, sino la cima del Paraíso, que es la Unión totalizante.

El proceso continúa entonces en el Canto XXX, donde tras alabar la mirada beatífica y esclarecedora de Beatriz, el poeta descubre que han llegado a un nuevo límite, el de la luz intelectual:

Hemos salido ya del cuerpo
39 mayor del cielo al cielo que es luz pura: luz intelectual, llena de amor;
amor del justo bien, lleno de gozo;
42 gozo del que todo júbilo trasciende.

Captar esa luz, supone un nuevo ascenso del alma, pues se comprende lo Inefable como plenitud de Amor. Este ascenso se ratificará mediante otro suceso lumínico: un relámpago.

Como un súbito rayo que nos deshace
los visivos espíritus e impide
48 que el ojo vea incluso grandes masas, así me rodeó una luz vivísima,
que me envolvió con su fulgor, poniéndome
51 un velo tal, que no veía nada (…).

En cuanto a mi interior llegaron estas
breves palabras, comprendí que estaba
57 subiendo por encima de mis límites;
me vi dotado de una visión nueva.

Esta “vista nueva” conferirá al poeta el don de ver con claridad lo insospechado, pero a su vez se enfrentará con la imposibilidad de comunicarlo todo. El lenguaje no bastará para dar cuenta de una experiencia tan extrema como es la de intentar fijar un conocimiento que no figura en libros ni tiene espacio en las Academias. Inefabilidad del lenguaje que juega en contra de hacer palpable o traducir el mundus imaginalis según parámetros comprensibles para todos. Y allí vuelve a percibirse al mediador espiritual-cultural, pues con delicadeza va desglosando y graficando ese conocimiento que fluye (con o sin dificultad) y que se muestra sin ambages ante el asombrado poeta, pero también, gracias a su labor, al no menos asombrado lector.

Gracias a esta nueva forma de ver, Dante dará cuenta de una bellísima imagen: un río de luz, casi desbordado por múltiples centellas. Un río de amor y conocimientos:

y vi una luz dorada que era un río
fluyente de fulgor, entre dos aguas
63 lucientes de florida primavera.
Vivas centellas salpicaba el río
salían del torrente chispas vivas,
que bañaban las flores; parecía
66 cada una un rubí engastado en oro.

Finalmente, en el Canto XXXIII, San Bernardo invitará a Dante a mirar directamente hacia la luz y, como lo ha hecho en otros momentos, el poeta pide no solo poder transmitir lo visto, sino también recordarlo. Valga señalar, que en este punto del proceso místico, el abandono de las potencias es imprescindible para que Dios obre y penetre en el alma. Ese dejamiento o desasimiento supondrá que al final de la experiencia, sólo será comunicado lo que Dios desee en tanto lo haga permanecer en el recuerdo. Ese conocimiento allí depositado para ser transmitido a otros será uno de los mayores dones del místico, por cuanto en ese punto el alma comprende que la operación divina que se ha realizado en ella ha de ser comunicada con fines ejemplares, doctrinales y magisteriales. El místico se convierte entonces en el máximo comunicador y en el mediador de lo divino, pero no para la élite, sino para la humanidad toda.
De hermosa manera, Dante describirá la visión y los efectos que esta le produce:

pues mi mirada, cada vez más pura,
más y más se adentraba por el rayo
54 de la alta luz que por sí misma es cierta.
A partir de este instante, lo que vi
ya no puede expresarse, y la memoria
57 se rinde a tal ultraje de la vista.
como le ocurre a aquel que ve soñando
y al despertar recuerda sensaciones
60 Mas no recuerda la visión completa,
así me ocurre a mí, pues mi visión
se va apagando, pero aún destila
63 en mi pecho el dulzor que nació de ella.

Los efectos o “dulzores” serán propios del sello de amor divino que permea el alma como prueba de lo acontecido. Vendrán entonces el asombro, el gozo y la exaltación de lo visto. El deseo de la vivencia de lo divino será plenamente gratificado, lo que impulsará al alma hacia una mayor perfección, pues ante la belleza suma, solo hay cabida para lo más perfecto. Y el poeta lo anunciará con claridad: “mi vista se acendraba / al contemplar, y su invariable aspecto / se acomodaba a mis transformaciones” (113-114).
Entonces, como en todo proceso místico, el reconocimiento de una nueva conversión traerá consigo la mayor gracia: la visión de la Trinidad o Inhabitación Trinitaria:

En la profunda y clara subsistencia
de la suprema luz yo vi tres círculos
117 de igual tamaño y de color diverso.

Nuevamente surgirá la limitación: “¡Qué corta y débil es la lengua al lado / de mi concepto, y éste está tan lejos / de lo que vi, que es poco decir «poco»!” (121-123). La palabra no alcanza para dar cuenta de lo experimentado, sin embargo, el poeta avanza, reconoce la Gracia que le otorga osadía y valor para “clavar mis ojos en la luz eterna” (83). Conoce y reconoce al Dios Uno, la Simple luz en la que todos los puntos convergen. El Dios que Es, el Nudo de Amor:

Creo que vi la forma universal
de este gran nudo, porque, al recordarlo
93 y decirlo se ensancha mi alegría.

Y con no menor asombro descubrirá y comprenderá que el Hombre está y ha estado desde siempre contenido en ese centro de luz: “me pareció que su interior tenía, / con su mismo color, representada / nuestra humana semblanza.” (129-131). La unión Humanidad-Dios es, por tanto, no únicamente un anhelo místico, sino un derecho y una realidad.
Un nuevo rayo de luz enceguecerá al poeta. El deseo de ver más allá es limitado también por la Gracia de Dios, pues tal como él lo expresa, “mis propias alas no bastaban” (139). La visión abierta ha sido clausurada, pues ese Dios Numinoso que es tremendo y fascinante, ha de permanecer en el Misterio. Aunque lo cierto es que parte importante de ese Misterio ha sido comunicado sin ambages. Dante, el hombre In Via nos ha mostrado el camino a TODOS, sin exclusiones. Recordándonos paso a paso que el pecado es una elección no una imposición y, por tanto, el camino hacia la Luz, no sólo es posible, sino real. Un poeta visionario que se convierte en voz de un pueblo en pos de una redención.

* Todas las citas corresponden a la magnífica edición del poema que José María Micó publicó en editorial Acantilado.

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