Por Matías Hermosilla
“En cambio, tú, si quieres oírlas, haz que te amarren de pies y manos, firme junto al mástil -que sujeten a este las amarras-, para que escuches complacido, la voz de las dos sirenas”
La Odisea
Mucho se ha mitificado de las voces de las sirenas, que guían hacia espacios perdidos como al joven Odiseo o que son la confusión para marinos de alta mar. A diferencia de eso, creo que la idea del canto de las sirenas se refiere al potencial comunicativo. La voz de las sirenas tenía la capacidad de penetrar el alma de quienes les escucharan, emocionando y haciéndoles darse cuenta de preguntas ocultas por sus propios sentidos. En esta misma forma creo que la música de Rosario Alfonso posee una cualidad única, a la manera de las sirenas, de emocionar, convencer y comunicar momentos, sensaciones, angustias compartidas y hazañas heroicas de momentos cotidianos.
El primer álbum de Rosario Alfonso Lo primero (Uva Robot, 2018) es una oda al valor de lo simple o a lo que ella llama “canciones chiquititas”, espacios en los que se debe defender la voz como la principal herramienta para realizar el vínculo entre la intérprete y su audiencia. El mensaje de sus canciones es directo y a la vez desgarrador. Canciones como “Tus ojos claros”, “Siento miedo de pensar” o “Un día lo encontré”, transportan al oyente a emociones liminales como una sonrisa, una mirada, el gesto tierno que estremece, el comienzo angustioso del amor o la importancia de un encuentro/desencuentro y la apasionada respuesta a una pérdida. Además de su voz e interpretación, lo que sorprende en canciones como “De haber sabido” o “Sácate las ganas”, son sus letras que mezclan la cotidianeidad de las palabras desacralizadas. En este sentido, el uso de expresiones como “weá” o “pucha”, son parte de su poética que elevan el valor de esa habla común. Luego de este estreno en 2018, grabado en un espacio más improvisado, Rosario ha tomado nuevos caminos y sonoridades que ha hecho propias. Tanto en sus letras como en la conversación puede verse la forma en que destila la tradición más emocional de la música latinoamericana con sonidos que recuerdan a los valses arrabaleros, los merengues trasnochados y las baladas de voz de intensidad inconmensurable.
El año 2020 lanzó el cover/traducción de la canción “Amado mío” compuesta por Doris Fisher y Allan Roberts para la película de los años 40’ Gilda, protagonizada por Rita Hayworth, en una versión personal que lleva a su estilo ese sonido clásico y cinematográfico. Luego de eso, lanzó “Tranquila”, con la que comenzó el camino hacia su nuevo disco trabajado con el productor Alan McDonell a.k.a. Yaima Cat. En estas canciones empiezan a complejizarse las sutilezas, con ruidos pequeños y detalles que le suman textura al imaginario sonoro de la obra de Rosario. El ejemplo más claro de esto es la canción “Negación” en la que Rosario se acompaña de coros, sonidos de conversaciones, susurros y pausas que, a mi juicio, arman la quinta esencia que logra compartirnos una de las sensaciones más complicadas de un quiebre amoroso: la “negación”, la complejidad que implica el acto de “dejar de intentarlo” y la resistencia racional, para algunas personas casi un acto ritual de no poder aceptar un quiebre. Mención especial merece “Canción para acunar” en la que destaca esa relación de confianza entre una voz maternal que acompaña y cobija a quien escucha comprendiendo lo pesado y frustrante de la vida que, en tiempos de pandemia, profundizan en la incertidumbre e imprecisión de las cosas. El último lanzamiento de Rosario, “Qué más quieres de mí”, evoca interpretaciones de Rocío Durcal, Raphael o Juan Gabriel, en canciones desgarradoras, cuando se le exige–a quien está dirigida la canción– que acepte la forma en que se entrega el amor y sus limitaciones. En este sentido, es interesante pensar que Rosario tanto como persona y artista es a la vez novedad y tradición, es vocablo juvenil y pasión antigua y, bajo esta perspectiva, es quiebre y continuidad, construyendo sobre la banda sonora de las radios AM/FM un camino nuevo y único que profundiza sin miramientos ni resistencias de léxicos “correctos”.
Ver en vivo, conversar o escuchar a Rosario Alfonso invita a seguir sus palabras, a digerir sus sentimientos y a retribuir con la propia empatía la aventura de vivir una emoción que no tiene edad o código sonoro delimitado. Su música y voz contrastan con los sonidos de lo complejo, las estéticas del auto-tune y lo efímero de las modas sonoras dándole categoría y valor a lo simple, cotidiano e íntimo. Rosario camina y compone a su propio ritmo, digiriendo el valor de las palabras, emocionándose y traduciendo, también de otros idiomas, tradiciones que se ocultan en lo más profundo de nuestras venas. En la obra de esta compositora chilena queda clara la máxima de que “si la música no genera emoción no tiene sentido”. Esto se plasma en cada palabra y nota, donde a veces es necesario ser acunado, en otros momentos hay que sentir con desgarro y, en otras ocasiones, hay que bromear con la maña de haber invertido tiempo en algo que fracasó. Rosario Alfonso es una comunicadora única capaz de hacer emocionar, a la manera de las sirenas, con las sutilezas de su voz y la simpleza/complejidad de sus paisajes sonoros, que elevan a lo más alto el acto cotidiano de, como desafiaba Nietzsche en Ecce homo, “llegar a ser lo que eres”.
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